Durante el Congreso
de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, los días 2 al 11 de
julio de 2015, en San Antonio, Texas. El tema, “¡Levántate!
¡Resplandece! ¡Jesús Viene!”, con una decisión dividida,
se tomó el punto acerca de la ordenación de las Mujeres dentro de la Iglesia
Adventista. Este planteamiento fue uno de los controversiales que se llevó a
cabo dentro de mencionada conferencia.
Esto es lo que reconocidos pastores dentro de la iglesia Adventista opinan:
Jan Paulsen
«Temo que se hará un daño muy serio a la unidad global de nuestra iglesia si no permitimos que esas regiones de nuestra familia global, para quienes ha llegado la hora y su cultura lo demanda, tengan el derecho y la autoridad de permitir a las mujeres el mismo acceso que los hombres en el ministerio de la iglesia».
«Temo que se hará un daño muy serio a la unidad global de nuestra iglesia si no permitimos que esas regiones de nuestra familia global, para quienes ha llegado la hora y su cultura lo demanda, tengan el derecho y la autoridad de permitir a las mujeres el mismo acceso que los hombres en el ministerio de la iglesia».
«El papel de las mujeres en el ministerio». Hemos estudiado este
asunto, lo hemos considerado desde cada perspectiva, hemos orado al
respecto, y lo hemos discutido basados en nuestras convicciones. Hemos
hecho eso durante 40 años sin ningún resultado, excepto posiblemente una
mayor polarización en nuestra iglesia que nunca antes en la historia
moderna. Las distancias en nuestra iglesia entre «este y oeste, norte y
sur» son dolorosamente aparentes.
El tema está ahora en la agenda para la Sesión de 2015 en San Antonio
y la forma como lo tratamos y su resultado puede, más que ningún otro
tema, definir esta Sesión.
Es bueno para nosotros recordar que nunca, como iglesia —ya sea
durante el Concilio Anual o durante una Sesión de la Conferencia
General— hemos llegado a la conclusión de que hay un consejo inspirado
claro y sin ambigüedades que nos previene de ordenar a las mujeres al
ministerio. (Hay opiniones privadas en abundancia pero, como iglesia, en
concilio, nunca hemos tomado esa posición). Por omisión, lo queramos o
no, estamos diciendo: «El tiempo y la cultura definirá la acción
adecuada en el momento adecuado».
Es mi firme convicción que debemos decir SÍ en San Antonio. Temo que
se hará un daño enorme a la unidad global de la iglesia si no permitimos
que esas partes de nuestra familia global, para quienes ha llegado el
tiempo y la cultura apropiada, tengan el derecho y la autoridad de
permitir que las mujeres tengan acceso similar al de los hombres en el
ministerio de nuestra iglesia.
Esto no coloca ninguna obligación en la iglesia en otros lugares para
actuar precipitosamente con respecto a este asunto. Debemos ser
sensitivos a lo que es de mejor interés para la misión y unidad
considerando el tiempo y el lugar en la cultura en la que nos
encontramos. Podemos hacer esto sin poner en riesgo las doctrinas
bíblicas con las que nos identificamos, proclamamos y defendemos.
Mi ruego a nuestra iglesia en las áreas del mundo con el crecimiento
mayor es: sean comprensivos en relación a este asunto y por lo que debe
de pasar en otras partes del mundo para que podamos seguir adelante en
unidad. Si esa comprensión no se logra en San Antonio, me temo habrá una
fractura en nuestra organización. La reacción en cadena probablemente
dañe otras áreas en la vida de nuestra iglesia.
Mi oración es que diremos SÍ. Si no lo hacemos, me temo seremos juzgados severamente tanto por la historia como por el Señor.
Charles Bradford
«La práctica de la ordenación debería proveer unidad y al mismo tiempo ser de énfasis misionero. El secreto de la unidad se encuentra en la igualdad de los creyentes en Cristo…».
«La práctica de la ordenación debería proveer unidad y al mismo tiempo ser de énfasis misionero. El secreto de la unidad se encuentra en la igualdad de los creyentes en Cristo…».
Conforme entramos en el tercer milenio, podemos esperar que el ritmo
de la vida en general y el propósito redentor de Dios para la iglesia en
particular se acelere conforme vamos de gracia a gloria. La iglesia
debería de movilizarse para aprovechar lo más posible los talentos de
sus mujeres. En relación al sentido que las mujeres tienen de haber sido
llamadas al ministerio evangélico, debemos avanzar más allá de donde
nos encontramos. Debemos hacer a un lado todo vestigio de Romanismo. No
estamos donde estuvo Lutero —hemos avanzado. Si el Señor llama a Samuel,
que Elí sea quien escucha; si el Señor llama a Debra o a Febe hoy,
estemos dispuestos a escuchar. No sigamos discutiendo sobre la
ordenación de las mujeres al ministerio; dejemos que el Espíritu Santo
haga su obra.
La ordenación no es un asunto de derechos. Nadie tiene derecho a ser ordenado. Pero la iglesia tiene la obligación de reconocer los dones que Dios le ha concedido. Tenemos la obligación de afirmar esos dones y a quienes los portan. No debemos de hacer de la ordenación un club exclusivo para varones. Quien desee ser el mayor entre ustedes, que sea su siervo. Nuestra función es facilitar los dones de los demás —exponerlos, ponerlos a su mejor uso.
No necesitamos un texto bíblico que diga: «Acuérdate de ordenar a las mujeres» para hacerlo. Servimos a un Dios magnificente, a un Dios que no tiene límite. Como Jesús le dijo a Nicodemo, el Espíritu Santo sopla donde desea soplar. Si desea soplar sobre las mujeres, lo hace de la misma forma como cuando sopla sobre los hombres.
La práctica de la ordenación debería proveer unidad y, al mismo tiempo, ser de énfasis misionero. El secreto de la unidad se encuentra en la igualdad de los creyentes en Cristo. «Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: “Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado”.
»Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron» (Hechos 13:2, 3, NVI). Es como si la comunidad en oración hubiese pedido al Señor que bendijese las labores de los elegidos y les asegurase su protección. Les impusieron las manos y los despidieron. Toda la iglesia participó. Pablo y Bernabé eran sus «muchachos» y eran responsables de brindarles su apoyo. Quienes fielmente permanecieron en su lugar eran parte integral de la misma misión. Eso es todo lo que podemos deducir de ese texto. Nada más —y nada menos.
Finalmente, habrá en el tiempo y en la historia una demostración de la comunidad ideal. La dirección del Espíritu no será desafiada; cada miembro de la comunidad será afirmado y participará en el ministerio. Al acercarse el fin la comunidad se ajustará, se amoldará, más y más a la liberadora regla de Cristo, en la que «no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28; ver Romanos 10:12; 1 Corintios 12:13).
Prevalecerán la libertad y la justicia. Cada potencial será aprovechado al máximo. Y los dones del Espíritu florecerán en una iglesia radiante (Efesios 5:27).
La ordenación no es un asunto de derechos. Nadie tiene derecho a ser ordenado. Pero la iglesia tiene la obligación de reconocer los dones que Dios le ha concedido. Tenemos la obligación de afirmar esos dones y a quienes los portan. No debemos de hacer de la ordenación un club exclusivo para varones. Quien desee ser el mayor entre ustedes, que sea su siervo. Nuestra función es facilitar los dones de los demás —exponerlos, ponerlos a su mejor uso.
No necesitamos un texto bíblico que diga: «Acuérdate de ordenar a las mujeres» para hacerlo. Servimos a un Dios magnificente, a un Dios que no tiene límite. Como Jesús le dijo a Nicodemo, el Espíritu Santo sopla donde desea soplar. Si desea soplar sobre las mujeres, lo hace de la misma forma como cuando sopla sobre los hombres.
La práctica de la ordenación debería proveer unidad y, al mismo tiempo, ser de énfasis misionero. El secreto de la unidad se encuentra en la igualdad de los creyentes en Cristo. «Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: “Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado”.
»Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron» (Hechos 13:2, 3, NVI). Es como si la comunidad en oración hubiese pedido al Señor que bendijese las labores de los elegidos y les asegurase su protección. Les impusieron las manos y los despidieron. Toda la iglesia participó. Pablo y Bernabé eran sus «muchachos» y eran responsables de brindarles su apoyo. Quienes fielmente permanecieron en su lugar eran parte integral de la misma misión. Eso es todo lo que podemos deducir de ese texto. Nada más —y nada menos.
Finalmente, habrá en el tiempo y en la historia una demostración de la comunidad ideal. La dirección del Espíritu no será desafiada; cada miembro de la comunidad será afirmado y participará en el ministerio. Al acercarse el fin la comunidad se ajustará, se amoldará, más y más a la liberadora regla de Cristo, en la que «no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28; ver Romanos 10:12; 1 Corintios 12:13).
Prevalecerán la libertad y la justicia. Cada potencial será aprovechado al máximo. Y los dones del Espíritu florecerán en una iglesia radiante (Efesios 5:27).
Alejandro Bullón
«Hacer esto es aceptar el desafío de continuar siendo una iglesia unida en la diversidad».
Estoy seguro de que el Concilio Anual de la Conferencia General, en
su última reunión, fue inspirada por Dios para recomendar que la iglesia
mundial, representada por sus delegados en San Antonio decidieran, con
un SÍ o un NO, permitir que las divisiones mundiales establecieran
políticas que gobernasen el tema de la ordenación de las mujeres.
La iglesia ha crecido. Un pequeño grupo de fieles creyentes a finales del siglo XIX se ha tornado en una familia multicultural de casi 20 millones de creyentes alrededor del mundo. Ese crecimiento tiene su precio: respetar la diversidad de razas, lenguajes y culturas dentro de la unidad que Jesús soñó cuando dijo: «Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17:21).
Conforme predico el evangelio en diferentes países alrededor del mundo, me regocijo al ver la diversidad de nuestra familia mundial y, por esa razón, apoyo el voto de SÍ. Estoy a favor de permitir que cada División decida si debería o no ordenar a nuestras hermanas. Hacer esto es aceptar el desafío de continuar siendo una iglesia unida en nuestra diversidad.
La iglesia ha crecido. Un pequeño grupo de fieles creyentes a finales del siglo XIX se ha tornado en una familia multicultural de casi 20 millones de creyentes alrededor del mundo. Ese crecimiento tiene su precio: respetar la diversidad de razas, lenguajes y culturas dentro de la unidad que Jesús soñó cuando dijo: «Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17:21).
Conforme predico el evangelio en diferentes países alrededor del mundo, me regocijo al ver la diversidad de nuestra familia mundial y, por esa razón, apoyo el voto de SÍ. Estoy a favor de permitir que cada División decida si debería o no ordenar a nuestras hermanas. Hacer esto es aceptar el desafío de continuar siendo una iglesia unida en nuestra diversidad.
Calvin B. Rock
«¿Será que la manifestación no solamente del deseo sino el “don” del ministerio que se manifiesta cada vez más en nuestras miembros femeninos es un cumplimiento de la promesa de Dios en Joel 2:28, 29 de una proclamación más intensa del evangelio en los “últimos días”?».
«¿Será que la manifestación no solamente del deseo sino el “don” del ministerio que se manifiesta cada vez más en nuestras miembros femeninos es un cumplimiento de la promesa de Dios en Joel 2:28, 29 de una proclamación más intensa del evangelio en los “últimos días”?».
«¿Será que la manifestación no solamente del deseo sino el “don” del
ministerio que se manifiesta cada vez más en nuestras miembros femeninos
es un cumplimiento de la promesa de Dios en Joel 2:28, 29 de una
proclamación más intensa del evangelio en los “últimos días”?». Me
parece que sí. Una razón es que este aumento en ese deseo y esos dones
no se llevó a cabo en los días de Pablo, o durante la Edad Media, o en
los días de los pioneros de nuestra iglesia, o en las generaciones
posteriores. En otras palabras, no se llevó a cabo en esas eras cuando
los mujeres no podían hablar en la iglesia o ser dueñas de propiedades
o, como hasta no hace mucho tiempo, tener un cargo o votar.
Es mi convicción porque, lo mismo que las actitudes evolutivas y las condiciones deteriorantes de la sociedad a mediados del siglo XIX se combinaron para lanzar a los Tres Ángeles de Apocalipsis 14:6-12, también han producido en nuestros días un mundo en desesperada necesidad de la unción indiscriminada articulada por Joel, autenticada por Pablo (Gálatas 3:28) y validada por Juan (Apocalipsis 1:6).
Desde 1863, cuando los hombres correctamente (dada la situación) asumimos las riendas de la dirección de la iglesia, hemos tratado sinceramente pero fallado en preparar al pueblo de Dios para el Pentecostés. Hemos hecho eso a la vez que hemos tratado cuidadosamente de restringir la participación femenina en nuestras decisiones de autoridad. Solamente la ordenación puede dar marcha atrás a esa práctica y permitir que los talentos sin explotar de mujeres consagradas bendigan nuestras decisiones en las etapas más sensitivas de planificación.
Reflexionando sobre el hecho de que, como la séptima generación desde nuestros comienzos, permanecemos frustrados con respecto a la condición de la Lluvia Tardía y comprendiendo que esta acción que puede promover el ministerio no altera ninguna de las 28 creencias fundamentales, concuerdo que ha llegado la hora de que las Divisiones que reconocen a las mujeres como receptoras del don del ministerio y cuyas sociedades no son hostiles a su función, deberían proveerles plenos privilegios ministeriales. Sus dones son obvios, sus sacrificios son similares, sus servicios son necesarios urgentemente.
Es mi convicción porque, lo mismo que las actitudes evolutivas y las condiciones deteriorantes de la sociedad a mediados del siglo XIX se combinaron para lanzar a los Tres Ángeles de Apocalipsis 14:6-12, también han producido en nuestros días un mundo en desesperada necesidad de la unción indiscriminada articulada por Joel, autenticada por Pablo (Gálatas 3:28) y validada por Juan (Apocalipsis 1:6).
Desde 1863, cuando los hombres correctamente (dada la situación) asumimos las riendas de la dirección de la iglesia, hemos tratado sinceramente pero fallado en preparar al pueblo de Dios para el Pentecostés. Hemos hecho eso a la vez que hemos tratado cuidadosamente de restringir la participación femenina en nuestras decisiones de autoridad. Solamente la ordenación puede dar marcha atrás a esa práctica y permitir que los talentos sin explotar de mujeres consagradas bendigan nuestras decisiones en las etapas más sensitivas de planificación.
Reflexionando sobre el hecho de que, como la séptima generación desde nuestros comienzos, permanecemos frustrados con respecto a la condición de la Lluvia Tardía y comprendiendo que esta acción que puede promover el ministerio no altera ninguna de las 28 creencias fundamentales, concuerdo que ha llegado la hora de que las Divisiones que reconocen a las mujeres como receptoras del don del ministerio y cuyas sociedades no son hostiles a su función, deberían proveerles plenos privilegios ministeriales. Sus dones son obvios, sus sacrificios son similares, sus servicios son necesarios urgentemente.
William G. Johnsson
«Las mujeres no se entrometieron en la iglesia… autorizamos a que las mujeres fuesen ordenadas como ancianas en las iglesias y las animamos a quienes sentían el llamado a asistir al seminario…».
«Las mujeres no se entrometieron en la iglesia… autorizamos a que las mujeres fuesen ordenadas como ancianas en las iglesias y las animamos a quienes sentían el llamado a asistir al seminario…».
Durante los últim
os 40 años la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha estado preocupada por la función de las mujeres dentro de la misma. He seguido ese desarrollo con gran interés y ahora, reflexionando sobre el pasado, he llegado a una convicción firme: necesitamos la involucración de las mujeres en todas las fases y en todos los niveles. Por lo tanto, el voto de la Sesión de la Conferencia General en San Antonio demanda un resoluto SÍ para que la misión de la iglesia al mundo siga avanzando y la unidad sea preservada.
Las mujeres no se entrometieron en la iglesia. Empezando en 1976 la Iglesia tomó una serie de pasos para llevarnos a donde estamos ahora: autorizamos a que las mujeres fuesen ordenadas como ancianas en las iglesias y las animamos a quienes sentían el llamado a asistir al seminario. Pusimos a su disposición lugares donde pudiesen servir con sus colegas masculinos y, eventualmente, las autorizamos para llevar a cabo las funciones principales del ministerio pastoral: predicar, bautizar, oficiar durante la santa cena y celebrar matrimonios.
Únicamente en un punto las mujeres se han mantenido separadas —no han sido ordenadas como los hombres.
El papel de las mujeres se discutió en tres Sesiones de la Conferencia General: en 1985 (brevemente) y a profundidad en 1990 y 1995. Durante esos últimos cinco años una comisión más se enfocó en el mismo tema. El tiempo y el gasto involucrados en todas esas deliberaciones han sido significativos. Es hora de llevar las cosas a su punto final y seguir avanzando.
Dado que las Escrituras no proveen una dirección indiscutible a este respecto, creo que el Espíritu Santo sí la manifiesta. «Por sus frutos los conoceréis», dijo Jesús refiriéndose a lo verdadero y lo falso (Mateo 7:16). Después de 40 años podemos ver claramente el fruto del ministerio de las mujeres y es maravilloso y poderosamente dirigido por Dios.
Si Dios ha puesto su sello de aprobación a las mujeres en el ministerio, ¿quiénes somos nosotros para rehusar el reconocimiento oficial? No podemos dar marcha atrás, debemos seguir adelante. Debemos votar SÍ en San Antonio.
os 40 años la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha estado preocupada por la función de las mujeres dentro de la misma. He seguido ese desarrollo con gran interés y ahora, reflexionando sobre el pasado, he llegado a una convicción firme: necesitamos la involucración de las mujeres en todas las fases y en todos los niveles. Por lo tanto, el voto de la Sesión de la Conferencia General en San Antonio demanda un resoluto SÍ para que la misión de la iglesia al mundo siga avanzando y la unidad sea preservada.
Las mujeres no se entrometieron en la iglesia. Empezando en 1976 la Iglesia tomó una serie de pasos para llevarnos a donde estamos ahora: autorizamos a que las mujeres fuesen ordenadas como ancianas en las iglesias y las animamos a quienes sentían el llamado a asistir al seminario. Pusimos a su disposición lugares donde pudiesen servir con sus colegas masculinos y, eventualmente, las autorizamos para llevar a cabo las funciones principales del ministerio pastoral: predicar, bautizar, oficiar durante la santa cena y celebrar matrimonios.
Únicamente en un punto las mujeres se han mantenido separadas —no han sido ordenadas como los hombres.
El papel de las mujeres se discutió en tres Sesiones de la Conferencia General: en 1985 (brevemente) y a profundidad en 1990 y 1995. Durante esos últimos cinco años una comisión más se enfocó en el mismo tema. El tiempo y el gasto involucrados en todas esas deliberaciones han sido significativos. Es hora de llevar las cosas a su punto final y seguir avanzando.
Dado que las Escrituras no proveen una dirección indiscutible a este respecto, creo que el Espíritu Santo sí la manifiesta. «Por sus frutos los conoceréis», dijo Jesús refiriéndose a lo verdadero y lo falso (Mateo 7:16). Después de 40 años podemos ver claramente el fruto del ministerio de las mujeres y es maravilloso y poderosamente dirigido por Dios.
Si Dios ha puesto su sello de aprobación a las mujeres en el ministerio, ¿quiénes somos nosotros para rehusar el reconocimiento oficial? No podemos dar marcha atrás, debemos seguir adelante. Debemos votar SÍ en San Antonio.
Angel Rodriguez
«El tema de la ordenación de las mujeres al ministerio ha sido prácticamente resuelto por la iglesia al considerar que este tópico es un asunto de opinión personal.»
«El tema de la ordenación de las mujeres al ministerio ha sido prácticamente resuelto por la iglesia al considerar que este tópico es un asunto de opinión personal.»
El tema de la ordenación de las mujeres al ministerio ha sido
prácticamente resuelto por la iglesia al considerar que este tópico es
un asunto de opinión personal. Me explico. Este tópico ha sido debatido
durante años por miembros de iglesia en ambos campos del tema —quienes
lo apoyan y quienes están en contra. Las discusiones durante las
sesiones de la Conferencia General siempre han considerado a cualquiera
que esté de parte de un punto o del otro como un miembro adventista
regular. No se ha aplicado disciplina eclesiástica a persona alguna
basados en su opinión a este respecto. Lo único que se requiere de todos
es que esperen a la decisión final tomada por la iglesia mundial en una
sesión de la Conferencia General.
Lo que se requiere de todos quienes apoyan la ordenación de las mujeres al ministerio es que la aceptación de la iglesia a las diversas opiniones respecto al tópico den un paso adelante al permitir la ordenación de las mujeres en esos segmentos del mundo donde la ordenación de las mujeres al ministerio no tendría un impacto negativo en la iglesia. En otras palabras, el reconocimiento de la ordenación de las mujeres al ministerio no es un punto doctrinal sino uno en el que se aceptan diferentes opiniones y debería ser implementado en la vida de la iglesia siempre que sea posible. Ese paso tan importante se justifica de diversas formas.
Primero, por primera vez en la historia de la iglesia, la iglesia mundial (por lo menos en muchos de sus diversos niveles administrativos) está bien informada sobre el tema y su complejidad. Esto ha sido el resultado del estudio del tópico en los Comités de Investigación Bíblica en todas las divisiones lo mismo que el estudio y la discusión del tópico que se efectuó en el Comité del Estudio de la Teología de la Ordenación designado por la Conferencia General y la diseminación de los resultados de su labor en todo el mundo.
Segundo, es claro ahora que no hay un pasaje bíblico o una declaración de Elena White que ordena o se opone claramente a la ordenación de las mujeres al ministerio. En otras palabras, los delegados a la Sesión de la Conferencia General no tienen un mandato bíblico unánime sobre el cual decidir si la iglesia debería o no de ordenar a las mujeres al ministerio en todas las divisiones.
Tercero, es claro por primera vez en el mundo de la iglesia que esto no tiene nada que ver con rechazar o modificar nuestras doctrinas bíblicas. No es un tópico doctrinal sino un punto de tradición. Tradicionalmente no hemos ordenado a las mujeres al ministerio, pero eso no significa que sea incorrecto ordenarlas. Deberíamos tener cuidado de no constituir una tradición que carece de una base bíblica clara en un punto doctrinal.
Cuarto, tenemos una evidencia clara de que el Señor ha estado guiando a su iglesia a ordenar a las mujeres al ministerio en los lugares donde ello es indispensable. Tengo en mente específicamente a la iglesia en China. Esto es un punto muy importante porque esa decisión no puede ser considerada como un acto de «rebelión» contra las decisiones de la iglesia mundial. Ha sido la obra del Espíritu guiando a la iglesia en China que ha hecho su labor más efectiva en el cumplimiento de su misión. Lo que han hecho ha demostrado ser una bendición para la iglesia en esa parte del mundo.
Ha llegado la hora de seguir adelante en fe, sabiendo que al ordenar a las mujeres al ministerio no estamos violando las enseñanzas de la Biblia o la dirección del Espíritu a través de Elena White. No permitamos que el temor nos paralice. Hagamos lo correcto y beneficioso para la iglesia. La mejor opción ante nosotros es permitir que las divisiones que están listas para tener un cuerpo de pastores ordenados que incluya a todos los sexos, lo hagan. Que los delegados a la Sesión de la Conferencia General eleven sus manos al Señor en oración y bendigan a los hermanos y hermanas que, bajo la dirección del Espíritu, están listos para ordenar a las mujeres al ministerio.
Lo que se requiere de todos quienes apoyan la ordenación de las mujeres al ministerio es que la aceptación de la iglesia a las diversas opiniones respecto al tópico den un paso adelante al permitir la ordenación de las mujeres en esos segmentos del mundo donde la ordenación de las mujeres al ministerio no tendría un impacto negativo en la iglesia. En otras palabras, el reconocimiento de la ordenación de las mujeres al ministerio no es un punto doctrinal sino uno en el que se aceptan diferentes opiniones y debería ser implementado en la vida de la iglesia siempre que sea posible. Ese paso tan importante se justifica de diversas formas.
Primero, por primera vez en la historia de la iglesia, la iglesia mundial (por lo menos en muchos de sus diversos niveles administrativos) está bien informada sobre el tema y su complejidad. Esto ha sido el resultado del estudio del tópico en los Comités de Investigación Bíblica en todas las divisiones lo mismo que el estudio y la discusión del tópico que se efectuó en el Comité del Estudio de la Teología de la Ordenación designado por la Conferencia General y la diseminación de los resultados de su labor en todo el mundo.
Segundo, es claro ahora que no hay un pasaje bíblico o una declaración de Elena White que ordena o se opone claramente a la ordenación de las mujeres al ministerio. En otras palabras, los delegados a la Sesión de la Conferencia General no tienen un mandato bíblico unánime sobre el cual decidir si la iglesia debería o no de ordenar a las mujeres al ministerio en todas las divisiones.
Tercero, es claro por primera vez en el mundo de la iglesia que esto no tiene nada que ver con rechazar o modificar nuestras doctrinas bíblicas. No es un tópico doctrinal sino un punto de tradición. Tradicionalmente no hemos ordenado a las mujeres al ministerio, pero eso no significa que sea incorrecto ordenarlas. Deberíamos tener cuidado de no constituir una tradición que carece de una base bíblica clara en un punto doctrinal.
Cuarto, tenemos una evidencia clara de que el Señor ha estado guiando a su iglesia a ordenar a las mujeres al ministerio en los lugares donde ello es indispensable. Tengo en mente específicamente a la iglesia en China. Esto es un punto muy importante porque esa decisión no puede ser considerada como un acto de «rebelión» contra las decisiones de la iglesia mundial. Ha sido la obra del Espíritu guiando a la iglesia en China que ha hecho su labor más efectiva en el cumplimiento de su misión. Lo que han hecho ha demostrado ser una bendición para la iglesia en esa parte del mundo.
Ha llegado la hora de seguir adelante en fe, sabiendo que al ordenar a las mujeres al ministerio no estamos violando las enseñanzas de la Biblia o la dirección del Espíritu a través de Elena White. No permitamos que el temor nos paralice. Hagamos lo correcto y beneficioso para la iglesia. La mejor opción ante nosotros es permitir que las divisiones que están listas para tener un cuerpo de pastores ordenados que incluya a todos los sexos, lo hagan. Que los delegados a la Sesión de la Conferencia General eleven sus manos al Señor en oración y bendigan a los hermanos y hermanas que, bajo la dirección del Espíritu, están listos para ordenar a las mujeres al ministerio.
Esteban Bohr: Y la ordenación de la mujer
Fuente: http://www.adventistelders.com/espanol/#top